Un tren muy largo todo cargado con arena

Ayer vi el tren más largo del mundo. Mi papá me dijo que era un tren de carga. Tenía veintitantos vagones y cada uno llevaba arena. Él manejaba el auto por la calle que bordea la vía. Yo estaba contento porque faltaba menos de una semana para mi cumpleaños. Volvíamos de visitar a un señor muy gordo y enojado y papá no cantaba como lo hace siempre cuando maneja. Yo estaba sentado arriba del maletín y de uno de esos libros gordos que papá nunca lee y que tiene en la biblioteca del consultorio, así que podía ver bien por la ventanilla. Nunca había visto un tren así, que no llevara gente. Pregunté para qué llevaba tanta arena y me dijo que no sabía. Le volví a preguntar tres o cuatro veces más, hasta que me contó que era para hacerle un “transplante de médano” a una playa de Villa Gesell, que padecía de una enfermedad muy peligrosa para una playa, llamada “viento fuerte”, o algo así. Él hizo dos transplantes la semana pasada y salió en la tele.
Se me ocurrió preguntarle si el arenero de la plaza era también alguna parte de un médano y me dijo que sí. Papá dice que los médanos son buenos, pero el pedacito que hay en la plaza es malo, porque un día se tragó una moneda de veinticinco centavos y un nene. El tren con el médano iba más rápido y yo le pedí que acelerara. Los médanos son como las aguas vivas o las lombrices, los cortás en diez pedacitos y siguen vivos.
Tuve una idea. Le dije que quería que me comprara un vagón de ese tren para mi cumpleaños, que quería tener un pedacito de ese médano en mi pieza. Que lo cuidaría bién, y que se lo prestaría los domingos, para hacer la siesta como si estuviera en la playa. Él se rió y yo me enojé. Volví a pedírselo y me dijo que no. Me puse a llorar. Papá trató de calmarme, me preguntó si quería un helado y yo le dije una mala palabra. Me pegó bastante fuerte. El tren empezó a alejarse. De pronto, frenamos, porque había un pozo muy grande en la calle y el señor del auto de atrás tocó bocina. Papá se asomó y le gritó algo. El tren se había alejado mucho ya, y cuando arrancamos otra vez, papá me miró enojadísimo y yo lloraba. Dijo que era todo mentira. Que los transplantes de médanos no existen, que las playas no se enferman, y que toda esa arena era para construir alguna casa muy grande.
Doblamos en una esquina y llegamos a casa. Entré llorando, a los gritos. Mamá miró con mala cara a papá y me abrazó. Él se sentó a la mesa y se sirvió soda, creo que mamá cocinaba fideos. Papá le contó lo que había pasado a mamá y los dos se rieron. Me enojé con mamá y me fui a mi cuarto. Nadie me quiere.
Al ratito volvió mamá y me dijo que para mi cumple me iba a regalar algo lindo, lo que yo quisiera. Yo le conté del tren y mamá me dijo lo mismo que papá. Que llevaba arena para construir un edificio muy grande. Le pedí el médano y me dijo que no. Me explicó que las playas no se enferman para que los chicos puedan jugar siempre en ellas. Me prometió que iríamos a Villa Gesell en un mes y salió corriendo, porque había olor a salsa quemada.
A mí no me engañan. Cualquiera que haya estado en el mar sabe, hasta un nene como yo, que a una casa de arena la derrumba la ola más chiquita o un poco de lluvia. Y, que si se hicieran de arena, todas las semanas habría que volver a construir nuevas. Al tren no lo vi más. Espero que la playa ya esté bien. A mis papás no los quiero más. Ya voy a cumplir cinco años y estoy cansado de que siempre me mientan para no comprarme lo que quiero.

No hay comentarios: