Estando ahí, junto al cadáver, no sabía qué hacer.
El cuerpo seguía inmóvil, morado. ¡Cuántas
veces debería soportar eso !. No aguantaba más : todos los días empezar de nuevo. Entrar al baño, ver en la bañadera el cuerpo, echar un meo. Y después, el trabajo duro : cavar una fosa en el fondo de la casa, arrojar al muerto y la cal, para que no hubiera olor.
Se preguntaba ahora, frente al cuerpo, por qué no había aceptado la invitación de Marisa. Hacer un
viaje a Brasil no estaba nada mal, sobre todo en esa época del año. Pero el caso era que debía cavar, y si en cinco minutos no lo hacía, aparecería yo.
Yo daba vueltas a la manzana, siempre le daba tiempo para que realizara su trabajo. Si tan sólo era
un pobre viejo.
Miré mi reloj. Eran las siete y cuarto de la mañana. Esperé hasta las ocho y crucé la calle. Se había
retrasado demasiado ya.
Toqué el timbre. Me excitó escuchar desde el fondo el sonido de la pala que cortaba la tierra. Sentí
la gastada voz escurrirse por debajo de la puerta. -Está abierto-. Y entré.Caminé por el pasillo, el largo pasillo. Me detuve. Pensé unos segundos y borre la idea de mi mente. Después de todo, yo siempre haría cualquier cosa por disfrutar del aroma de la tierra, fresca, toda revuelta al amanecer.
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