Cuenta la historia, que existió un pez muy sabio.
Era el pez más lector del mundo y se sabía toda la obra de Nietszche de memoria. Pero no sólo eso, sino que había desarrollado teorías a favor y en contra de su pensamiento.
Leía en las tardes de verano y sólo lo distraía una mojarrita que pasaba frente a él todos los días.
Pero el problema más grave que tenía, era que no podía hablar. Porque los peces no hablan.
Así fue que Dios se compadeció del pecesito y decidió otorgarle el milagro de decir sólo tres palabras.
Y le dio un año para que se preparara, para que lograra decir lo más importante en tres palabritas.
Un tres de enero, toda la fauna del estanque se reunió alrededor del viejo televisor hundido para escuchar las primeras palabras de un pez.
Más tarde de lo previsto apareció él, nadando orgulloso y algo apurado y muy concentrado.
Se posó sobre el televisor y miró a su alrededor.
Allí estaban todos: los renacuajos mellizos, los sapos, las larvas de mosquitos y los demás peces. Y en un costado, medio tapada por una chapita antigua de Coca Cola estaba ella: la mojarrita que tanto le gustaba. Al verla se puso muy nervioso.
Pero enseguida trató de tranquilizarse y esperó el milagroso rayo de luz que de repente llegó desde afuera.
El silencio en el estanque fue total. En el cielo, Dios se codeaba con los ángeles, orgulloso.
El pecesito se acomodó el moño, miró a la multitud, miró fijo a los ojos a la mojarrita se aclaró la garganta y dijo: - Te amo.
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